lunes, 10 de noviembre de 2008

Patria

La muerte de dos militares españoles en Afganistán, país perdido en mitad de ninguna parte y donde se esconde ¿? el fugitivo más famoso de la historia, debería conllevar la reacción lógica: la de desazón, pena y sentimiento de cercanía hacia las familias de nuestros uniformados. Alguno de ellos, como Rubén Alonso Ríos, era de mi edad, lo qué hace crecer la sensación de cercanía, que podría haber sido cualquiera de mis muchos amigos militares o yo mismo si hubiera sentido la vocación de las milicias como forma de vida.
Gloria y honor, pues, a nuestros militares fallecidos y qué el calor a sus familias no sea sólo flor de un día y dure más que el flash de una fotografía. Si dejan hijos, alguien deberá encargarse de que, además de la pérdida del padre, no se vean lastrados a final de mes. Qué algún día sepan que sus padres fueran héroes, y que la sociedad no les haga sentir como un lastre por el mero hecho de que su progenitor perdió la vida un mal día en montañas lejanas -¿eran estas, presidente Aznar?- y cumpliendo con su deber.
Lo que ya me parece lamentable sin ningún género de dudas es la politización del asunto. Ya hay comunicados y medios digitales que culpan al Gobierno de la Nación; no faltaron columnistas y tertulianas que hicieron cerrada defensa de los postulados oficiales, aún a fuerza de entrar en debate con familiares de militares fallecidos.
Claro que Afganistán es un lugar de guerra. Claro que nuestros soldados sabían a lo que iban. Claro que morir en acto de servicio es al militar lo que al pescador morir ahogado o al bombero quemado: un riesgo implícito a la profesión Pero ¿qué nivel de degradación estamos alcanzando los medios de comunicación y la política cuando hasta el cadáver de dos militares, el dolor de dos familias, es utilizado como arma arrojadiza? ¿No es bastante con asustar cada día a millones de consumidores, hipotecados hasta las cejas, con tal de desgastar al Gobierno o tratar de demostrar que se es mejor que la oposición?.
No, no basta. Si realmente tuviésemos una clase político-mediática en condiciones, seguiríamos hablando del precio del pollo, del pan, del preámbulo estatutario de Cataluña o de las reformas estructurales de la economía. Pero no. Tenemos muertos, sangre, drama, para debatir. Sigamos, pues. Mañana venderemos más periódicos y tirios y troyanos enaltecerán aún más a sus bases. Pero pasado nos olvidaremos, hasta la siguiente, que hay madres, esposas e hijos que no necesitan reproches que cansan al personal y corroen la democracia, sino unidad. Así, es como se hace patria de verdad. Y no arrancándola a trocitos para culpar al de enfrente.
Dos apuntes antes de terminar. Leo a Magis Iglesias que venir a Ceuta es arriesgar la vida en helicóptero. ¿Lo ha probado, presidenta?. Y el segundo: me llegó, me caló, el discurso de Pato Macián, madre de Miguel Gil Moreno, al recoger el Premio Convivencia. Se hablaba de los ojos de la guerra. Como cantara Nandi Migueles, que Dios los quiera.

1 comentario:

Laura dijo...

No sabes que verdad es eso de que olvidaremos a sus hijos y mujeres, eso es lo peor del asunto que ellos nunca olvidaran ese día. Que razón tiene mi padre cuando dice eso de que "parece que los militares no tienen madre..."