sábado, 8 de noviembre de 2008

Libertad

Con las palabras pasa como con el amor, que se gastan de tanto usarlas. En cualquier conversación, en cualquier informativo o periódico, escuchamos hasta la saciedad palabras que nos imaginamos qué quieren decir, pero a veces no nos detenemos en su verdadero valor o, incluso, en saber si la estamos empleando correctamente. Ejemplo: si la mayoría de la gente supiera que ínclito no es despectivo, sino que indica celebridad, seguro que dejaría de utilizarlo para desmerecer a sus enemigos.
Otro tanto ocurre con la palabra moro. Que moros somos todos los morenos nacidos entre Mauritania (tierra de morenos, para los romanos) y este confín del mundo. Es decir: yo soy católico, pero a la par soy moro, en mi condición de moreno que vino al mundo en la áfrica romana.
Luego están aquellos vocablos que usamos con un sentido positivo, aunque seguro que echaríamos el freno de mano de saber con exactitud lo que indica la Real Academia Española de la Lengua. Solidaridad no es buen rollito con el que pasa hambre, pena o frío. Tenemos dos acepciones: Unión de responsabilidades e intereses comunes, entre los miembros de un grupo o entre personas, etc. Unión a los intereses o causas de otros. Pero cuidado: cuando hablamos de solidaridad con un preso, es decir, en derecho, hablamos de una situación en la que dos o mas personas se obligan una por las otras y cada una por todas.
Y luego, la libertad. Libertad que, por si a alguien le interesa, es la facultad natural del hombre para obrar según su voluntad. Estado del que no es esclavo, o no está preso. ¿A qué estas palabras pierden parte de su belleza cuando nos acercamos al diccionario de la RAE?.
Con esta última me quedo. Se habla a diario de la libertad, de liberticidas, de libertinaje, de derechos, de más libertad. En España se usa esa palabra, con preocupante reiteración y ritmo creciente, para insultar y tachar de liberticidas e intolerantes a quienes no piensan igual qué nosotros. Y como yo no soy esclavo ni estoy preso, pero si me asomo con preocupación al patio de colegio en el que se están convirtiendo nuestras televisiones, ya estoy empezando a estar hasta los cojones -también viene en el diccionario, como plural de cojón- del uso que se le da por parte de determinados políticos y opinadores. Uno no es más libre, ni más defensor de la libertad por ser de izquierdas o derechas. Ya vale de que los columnistas de izquierda hablen de "libertad", "pluralidad", "democracia" para defender sus postulados, enfrentándose a otros de la derecha que hablan de "liberticidas" para definir a todo aquel que no sea neoconservador. Qué asco me da cuando, en base a la libertad de expresión, se insulta y se humilla al contrario. Qué pena me da que se hable de libertad y democracia sólo para lo que nos interesa, o para mantener leyes timoratas que derivan en que los buenos, que son los normales, se sientan cada vez más frustrados cuando encuentran sentencias irrisorias. Qué perversión del lenguaje y del alma, cuando creemos que la libertad sirve para hacer lo que a nosotros nos de la gana, y pensamos que aquellos que tratan de decirnos que nos equivocamos, pretenden acabar con nuestra condición de libertos.
Que hermoso idioma este. Cuanto talento destrozado por tanto político, periodista y ciudadano "lenguicida". La libertad, rodeo que va dando la cadena, no es de unos más que de otros. Salvo que queramos romperla, como el amor, de tanto usarla.

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