miércoles, 29 de octubre de 2008

La línea de Kampala

Son las 14.15 aproximadamente. Dado que no conduzco, y que de hacerlo no me apetecería levantarme dos horas antes para ver si pillo un hueco junto al helipuerto, me dirijo al autobús, habida cuenta -también- de que la cuesta de la Avenida de Africa pesa tela, pero sobre todo a ciertas horas.
Me encomiendo a la Ley de Murphy, con la esperanza de que tras encender el cigarro aparezca un autobús. Pero nada. Un cigarro, y dos si se tercia. Mientras, la gente empieza a agolparse. Mujeres marroquíes -de esas a las que nadie tiene en su hogar limpiando pero que pululan por cualquier calle-, hombres y mujeres pertrechados con verduras y pescado del día, unos cuantos trabajadores y algunos padres con sus hijos y mochilas incorporadas.
Hoy, afortunadamente, no llueve. Porque de hacerlo, la aglomeración debajo de la llamada "Parada Central" ¿? sería una auténtica aglomeración. Aún así, lo es. Afortunadamente, los inspectores de la Empresa de autobuses hacen lo que pueden y colaboran con la gente que, a fuer de esperar, ya sabe calcular las losetas que dibujan la línea imaginaria de separación entre un autobús y otro.
Llega el vehículo, como un cuarto de hora tarde -el relevo, me dicen- y empezamos a subir. Los asientos se acaban rápido. Un pasajero, otro, otro, otro: no parece tener límite la capacidad del autobús. Me apenan los insultos al conductor, un trabajador al que no le hará ninguna gracia, pienso, tener el autobús lleno hasta la bandera nada más abrir las puertas. A la altura del Polifuncional, cual Jumanji, empiezan a subir determinados especímenes de quince años de edad. La tensión crece. Aguanto el tipo, hago un gesto al hombre que tengo a mi lado, al que con una mirada amable le pregunto si sería tan amable de sacar su tibia de mi fémur. Hace lo que puede: en apenas dos metros cuadrados nos agolpamos tres personas. Debe ser aquello del calor humano.
Hago de tripas corazón y, tras pegarme dos o tres minutos al grito de "disculpe", "permite" o "paso", salto y suspiro. Otro cigarro. En este caso para suspirar de alivio. Dirijo una última mirada al autobús. Dos o tres zagales se agolpan en la escalera de salida mientras sigue entrando gente a borbotones, como si se repartiera algo o me acabase de bajar del Muriel o Exodus.
Ceuta, ciudad turística, pienso. No tenemos línea de autobuses ni entre Puerto y Frontera ni con el helipuerto, pero aspiramos a ofrecer al turismo la mejor de las mieles posibles. En ese momento, se me viene a la cabeza una imagen cinematográfica. ¿Han visto ustedes "El último Rey de Escocia"?. Fíjense en la primera escena. Luego me cuentan.

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